Es importante observar nuestras reacciones como sociedad ante la epidemia de la influenza porcina. Para la mayoría de los ciudadanos es momento de reflexión. Es una experiencia que nos humaniza y nos hermana. Sabemos que solos no podemos librarla. Y es más, creo no equivocarme si afirmo que metidos en nuestras casas valoramos el tesoro de la salud y en todo lo posible tratamos de responder con unidad y solidaridad al llamado de las autoridades sanitarias y del más alto nivel. Aunque la situación es grave, no caemos en el pánico porque tenemos la información para cuidarnos. Es un hecho que la influenza porcina es curable, y si bien puede llevar más tiempo superar esta crisis, las medidas de contención han sido inteligentes y adoptadas con rapidez por un equipo de gobierno organizado, consistente y con liderazgo. Incluso las medidas han recibido el aval de la OMS y de la mayoría de los países del mundo.
Asimismo, considero que ha habido capacidad gubernamental para comunicar con veracidad, mesura y oportunidad los acontecimientos difíciles de cada día que pasa. La gente siente miedo cuando descubre que le mienten, cuando los mensajes son contradictorios y cuando hay toda una serie de notas, datos e informes que producen confusión. No es el caso.
Ahora reconozco que el gobierno y buena parte de los medios han informado bien, sin caer excesos. Admiten la seriedad de la epidemia, unos no la minimizan y otros tampoco caen en el extremo amarillista. Los ciudadanos nos estamos acostumbrando a pedir evidencias (“datos duros”, cifras estadísticas, números de fuentes nacionales e internacionales confiables). Sin embargo, noto claramente otra reacción: para algunos políticos y partidos de oposición la epidemia es ocasión para hacer declaraciones amarillistas y volver el problema un espectáculo mediático con el que quieren llevar agua a su molino.
En pocas palabras, hay quienes con la mirada en sus intereses partidistas sólo buscan politizar la situación y desvirtuar la correcta actuación de gobierno federal.
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